miércoles, 19 de septiembre de 2012

Homo Familiaris, Hombre de Familia




Mi admirado y sabio amigo José Javier Rodríguez propone en su Blog titulado Perspectiva de Familia (http://www.tribunasalamanca.com/seccion/109/Blog-de-Jose-Javier-Rodriguez/) «superar la “teoría del capital humano” (Becker 1964, Grossman 1972 y Schultz 1983), por la “teoría del capital familiar”, es decir, pasar del homo socialis al homo familiaris» y a continuación tiene la gentileza de citar éste mi Blog, todo ello en un reciente post titulado “Matrimonio blindado, ¿Es posible elegir?”.

Por eso creo que debo explicar de dónde procede el concepto de “Homo Familiaris” que da título a este Blog y con el que me siento tan identificado.

En su breve ensayo titulado Filosofía de la Familia, Francesco D’Agostino, profesor de la universidad Tor Vergata de Roma, nos introduce en una parte de la filosofía muy poco estudiada aún y que abre la puerta a dimensiones todavía insospechadas. Así como la investigación filosófica ha avanzado mucho en áreas tales como la filosofía del Derecho, de la Historia o de la Ciencia, la filosofía de la Familia, que es parte de la filosofía social, se encuentra aun en fase de rudimento. El autor, filósofo del Derecho, afirma que se debe admitir, antes de reflexionar sobre la familia, la “índole estructural de la experiencia familiar en general” (pero bien entendido que el fenómeno estructural familiar no se apoya sobre los denominados sentimientos, que son naturalmente inestables o ambivalentes), y él elige en su libro una sola de sus vertientes, la de su “contextura jurídica”.

La tesis que defiende en su libro es fácil de resumir: la familiaridad es “una dimensión constitutiva del ser del hombre”, porquesólo gracias a la experiencia de la familiaridad la persona humana adquiere su identidad subjetiva”.

Desde esta perspectiva puede comprenderse el porqué del título de este Blog. La dimensión familiar es la que aporta al ser humano precisamente ese calificativo. La familiaridad nos da entidad, forma y función, razón de ser y de existir. La familia nos constituye y nos define, nos hace seres morales, nos responsabiliza y nos modela, en ella adquirimos la conciencia de pertenecer a una sociedad, y en ella adquirimos en primer lugar la experiencia del amor, el motor del mundo.

Por eso ahora podemos entender, en toda su inmensa amplitud, aquella frase de Benigno Blanco en la que afirma que “defender la familia es defender la humanidad, literalmente”.

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My wise and admired friend José Javier Rodríguez proposed in his Blog entitled Perspective of Family (http://www.tribunasalamanca.com/seccion/109/Blog-de-Jose-Javier-Rodriguez/) «overcome the "theory of human capital" (Becker 1964, 1972 Grossman and Schultz 1983), by the "theory of the family capital", i.e. move from the homo socialis to the homo familiaris» and then he has the courtesy of citing this my Blog, all this in a recent post entitled "Shielded marriage", Is it possible to choose? ."

So I think that I should explain from where come the concept of "Homo Familiaris" that gives his title to this Blog and I feel so identified with that item.

In his brief essay entitled Philosophy of the Family, Francesco D'Agostino, Professor at the University of Tor Vergata of Rome, introduces us to a part of the little studied philosophy still, and that opens the door to yet unimagined dimensions. As well as the philosophical research has been progressing in areas such as the philosophy of law, history or science, the philosophy of the family, which is part of the social philosophy, is still in the beginning. The author, philosopher of law, says it must be admitted, before reflecting on the family, the "structural nature of the family experience in general" (but well understood that the phenomenon structural family did not support on the so-called feelings, which are naturally unstable or ambivalent), and he chooses in his book one of its aspects, the one of their "legal texture".

The Thesis defended in his book is easy to sum up: familiarity is "a constitutive dimension of the being of man", because "only thanks to the experience of the familiarity the human person acquires his subjective identity".

From this perspective you can understand the reason of the title of this Blog. The family dimension is which brings to the human being precisely that adjective. Familiarity gives us entity, form and function, reason for being and exist. Family constitutes us and defines us, makes us moral beings, make us responsible and models us, in the family we acquire the awareness of belonging to a society, and in the family we acquired the first experience of love, the engine of the world.

For that, now we can understand, in its vast scope, that phrase of Benigno Blanco, who states that "defending the family is to defend humanity, literally".

Imagen: http://elempresario.mx/

martes, 18 de septiembre de 2012

En Tierra Santa IV




En Caná de Galilea

La peregrinación a Tierra Santa había sido organizada por un grupo de matrimonios, que se reúnen mensualmente en casa de alguno de ellos, agrupados en el Movimiento Familiar Cristiano (MFC). Por tanto, la visita a Caná de Galilea revestía para nosotros una particular importancia. Es más, uno de estos matrimonios celebraría allí sus bodas de plata matrimoniales.

Caná de Galilea es una localidad situada a unos ocho kilómetros de Nazaret, en dirección a Tiberíades. Su población es mayoritariamente árabe, como la de Nazaret.  Se trata de los llamados "árabes del 48" o "árabes israelitas", y algunos de ellos son cristianos. Son una minoría. Nuestro guía, Samer, era uno de ellos, árabe y, en su caso, católico. Un héroe. 

La ciudad de Caná aparece en los evangelios porque aquí fue donde Jesús hizo su primer milagro. Tanto es así que comercialmente la pequeña localidad se aprovecha de ello; nosotros tuvimos ocasión de comprar “souvenirs” en un establecimiento denominado “The first Miracle”, de modo muy convincente, que es el que puede verse en la foto de más arriba.

Existe una iglesia realmente preciosa en el sitio en el que, al parecer, estaba el local de “bodas y banquetes” al que acudió Jesús, acompañado de su madre, la Santísima Virgen, a una boda, sin duda de algún pariente o amigo, de gente a la que conocían bien y sin duda apreciaban.

Allí se produjo una escena entrañable, por el cariño y amor que se desprende de la actitud de ambos, por el cuidado por los detalles y por la atención a los demás. Pero dejemos que sea el evangelista San Juan quien nos lo cuente (Jn 2, 1-11):

“En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; Jesús y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
Faltó el vivo y la madre de Jesús le dice:
−No les queda vino.
Jesús le contesta:
−Mujer, déjame: todavía no ha llegado mi hora. Su madre dice a los sirvientes:
−Haced lo que él os diga.
Había allí colocadas seis tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros cada una.
Jesús les dice:
−Llenad las tinajas de agua.
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les manda:
−Sacad ahora y llevádselo al mayordomo.
Ellos se lo llevaron. El mayordomo probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues habían sacado el agua), y entonces llama al novio y le dice:
− Todo el mundo pone primero el vino bueno, y cuando ya están bebidos el malo; tú, en cambio, has guardado el vivo bueno hasta ahora.

Así, en Caná de Galilea, Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos en él.

Me resulta delicioso ver como nuestra Santa Madre ejercita la autoridad materna. Se ha dado cuenta de que los novios están en una situación comprometida al habérseles acabado el vino, algo muy grave en una boda. Decide intervenir y “ordena” amorosamente a su Hijo que haga algo. Está segura de ser obedecida. Nuestro Salvador, como todo buen hijo, se somete a su Madre y decide hacer lo necesario para permitirles superar el apuro. Lo hace a la perfección, con completa discreción y máxima eficacia. Por que no olvidemos que “todo lo hizo bien”, como leemos en San Marcos (Mc 7, 37).

Y ese “haced lo que Él os diga” es aplicable también a todos nosotros. Otro gallo cantaría en nuestras vidas, y en las de todo el mundo si siguiéramos el consejo de nuestra Madre del Cielo.

En Caná, algunos matrimonios renovamos nuestra promesa matrimonial. Fue algo emocionante y que nos dejó sumidos a todos en un estado de intensa alegría. De alguna manera nos volvimos a casar, ante la Iglesia y ante el pueblo, y además, esta vez, ante alguno de nuestros hijos. Volvimos de nuevo a pronunciar la frase con las que un día lejano nos entregamos mutuamente, el marido a la mujer y la mujer al marido. «Yo, “N”, te quiero a ti, “N”, como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y la enfermedad, todos los días de mi vida». Previamente habíamos sido de nuevo interrogados sobre nuestra libertad y aceptación voluntaria, como se hizo el día de nuestra boda. Con aquella hermosísima fórmula aquel ya lejano día nos comprometimos a querernos para siempre. De esa promesa surgió nuestra familia y nacieron nuestros hijos, y creamos, por ese acto de libertad, una realidad que nos superaba a ambos y que sin ninguna duda es una fuente de felicidad imperecedera: la familia.



Benedicto XVI, en el VII Encuentro Mundial de las Familias, celebrado en Milán el pasado mes de mayo de 2012, evocó las Bodas de Caná al responder a una joven pareja que pronto contraería patrimonio, y a la que había una palabra que les atraía y les asustaba al mismo tiempo: "para siempre". El santo Padre respondió con el ejemplo de lo sucedido en Caná:

“El primer vino que se sirve es estupendo: es el enamoramiento. Pero no dura hasta el final: debe venir un segundo vino, es decir, debe fermentar y crecer, madurar. Un amor definitivo que llega a ser el segundo vino que es más bello, mejor, mejor que el primero. Y esto es lo que debemos buscar.

Por último, me gustaría destacar, con San Josemaría, que el "matrimonio no es, para un cristiano, una simple institución social: es una auténtica vocación sobrenatural".

domingo, 16 de septiembre de 2012

En Tierra Santa III




Cafarnaum (Capharnaum)[1]

También a la orilla del mar de Galilea se encuentra Cafarnaún, ciudad en la que vivió Jesús y en la que tuvo gran actividad, pues aparece en numerosas ocasiones en los Evangelios (cuando Jesucristo fue rechazado por los nazarenos, la hizo Su nueva morada (Mt. 4,13; Lc. 4,31; Jn. 2,12). Ahí eligió sus primeros discípulos: Pedro, Andrés, Santiago, Juan y Mateo (Mt. 4,18, 21; 9,9; Mc. 1,16); Curó ahí al siervo del centurión; a la suegra de Pedro, a un paralítico y a un endemoniado; a la hemorroísa ; fue ahí también en donde trajo nuevamente a la vida a la hija de Jairo y donde pronunció numerosos discursos), hasta el punto de que es conocida como la “ciudad de Jesús”. Hoy día no son más que unas ruinas, sacadas a la luz por excavaciones arqueológicas y en general muy bien conservadas y muy estudiadas. Al parecer, la localidad quedó despoblada ya en siglo VII. Su nombre (también Kapernaum) significa “villa de Nahum” o “consolación”.




La visita a Cafarnaún es muy emotiva por varios motivos. En primer lugar fue en su Sinagoga donde Nuestro Señor pronunció el discurso sobre la Eucaristía, el Pan de Vida (Jn, 6, 26-59) y explícitamente dice en Evangelista, en el versículo 59 que “Haec dixit in synagoga docens in Capharnaum” (estas cosas dijo en la sinagoga, enseñando en Cafarnaún). En tal discurso, Jesucristo dice unas palabras que los propios discípulos consideran duras, hasta el punto de que “muchos” se echaron atrás y ya no anduvieron más con Él: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente (…) El que como mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo le resucitaré en el último día” (Jn, 6, 51 y 54).

Estar allí, donde Jesús pronunció su discurso eucarístico, y considerando la enorme importancia del sacramento eucarístico, “centro y raíz de la vida interior” en palabras de San Josemaría, produce unas emociones inolvidables.

Las ruinas de la Sinagoga de Cafarnaún -magníficamente conservadas- que visitamos no corresponden a la misma en la que enseñó Jesucristo, aunque muchos arqueólogos afirman que está construida precisamente donde estuvo ésta.




Muy cerca de la misma se conservan las ruinas de la Casa de Pedro, que fue conocida como “Domus Ecclesia”, pues al final del siglo I se convirtió en la casa donde se reunían los cristianos, y sobre ella se construyeron diversas iglesias siglos más tarde. Era un poco más grande que las demás del pueblo, o así lo indican sus ruinas, y quizá lo fuera por el motivo expuesto.




En el capitel de una de las columnas del templo modernista construido sobre la Domus Ecclesia de puede leerse: «Tu es Petrus et super hanc petram ædificabo Ecclesiam meam: et portæ inferi non prævalebunt adversus eam». Aquella solemne frase de Nuestro Señor a Pedro, aquel “nombramiento” que recoge Mt. 16, 18, me llenó de emoción: Pensé en el diálogo que tuvieron, una vez resucitado Nuestro Señor, a orillas del lago de Genesaret, en el que el Señor, por tres veces interrogó a Pedro sobre su amor por Él, porque unos días antes le había traicionado. Aquel amoroso diálogo abre el corazón del cristiano a la esperanza y a la alegría.

Si aquel Pedro, cobarde y traicionero, falsario y timorato unas jornadas antes, es ahora, no ya perdonado, sino amado tan profundamente por el mismo Dios, hasta el punto de que no dudará en poner sobre sus hombros la entera Iglesia naciente, entonces nosotros hemos de ser felices, por tener tal redentor.

Si yo me siento tantas veces débil, frágil, sensual, caprichoso, perezoso y egoísta, mi Padre Dios, que me conoce perfectamente, me sigue queriendo, y me quiere precisamente tal como soy. Me perdona, me espera y confía en mi, aunque a veces me cueste seguir su Camino.

Todas estas cosas pensé cuando en la Casa de Pedro leí aquella inscripción, porque veníamos de la Iglesia del Primado de Pedro en la que éste, a la tercera vez que Jesús le pregunta si le ama, contesta triste. “Señor, Tú sabes todo, Tú sabes que te amo”. Cuanto alegra el corazón saberse amado por un Padre así.





[1] Puede encontrarse muchísima información sobre esta ciudad en el siguiente enlace. Además, está muy bien escrita: http://www.kinneret.ibernumis.biz/html/cafarnaum.html

jueves, 13 de septiembre de 2012

El desmantelamiento espiritual de España




Mi sabio y siempre brillante amigo Jorge Buxadé (http://jorgebuxade.wordpress.com) ha publicado en su Blog  un post en el que, con el título de “Pueblo espiritualmente desmantelado” acierta de pleno al identificar la causa última del actual estado de postración de España (y digo postración, de postrado, rendido, humillado, abatido, enflaquecido, debilitado, sin vigor ni fuerza, arrodillado): es el decaimiento, el desmantelamiento espiritual de los españoles. Lo explica tan magistralmente bien que copio a continuación, con su permiso su post íntegro. ¡Gracias Jorge!

Traigo hoy una larga cita o transcripción de una carta escrita por José Antonio Primo de Rivera en 12 de julio de 1936 y dirigida a Ernesto Gimenez Caballero: “Lo malo sería la experiencia Maura-Prieto, con una excitación artificial de los negocios, las obras públicas, etc., para fingir una prosperidad económica sin levantar nada sobre fundamentos hondos. Al final sobrevendría una gran crisis económica sobre un pueblo espiritualmente desmantelado para resistir el último y decisivo ataque comunista (lo nuestro es un período de calma burguesa no es donde se alcanza su mejor cultivo).”
La cita viene al caso, aunque no quiero con ella hacer un expreso y exacto paralelismo, pero sí caer en la cuenta de cómo dos almas superiores como fueron las del fundador de Falange y las del Robinson Literario, poeta, filósofo, ensayista, diplomático, fundador de la mejor revista literaria, advirtieron que lo peor no era tal o cual gobierno, tales o cuales colores, partidos, siglas o nombres…lo peor era el desmantelamiento espiritual del pueblo.
Quiero hacer notar que cuando se habla de espiritual no se emplea el término en sentido religioso y menos aún confesional, sino en un sentido más amplio, pues abarca lo anterior y también el ámbito político y social.
Este verano he disfrutado de la lectura de Ernesto Gimenez Caballero reencontrándome con mi yo más ibérico, más hispánico, más rotundamente romano. Serán cosas de la crisis. Y de la ineludible necesidad de defendernos frente al achique de espacios de los arios. A Don Ernesto le pasó mucho de lo mismo, aunque siempre fue de Ortega, otro monstruo sacrificado por la España cainita.
Sigue retumbando. Pueblo espiritualmente desmantelado. Visionario el asesinado en Alicante. Que delicadeza. Pueblo aniquilado. Pueblo vaciado. Ahora diríamos…pueblo deconstruido. Vaciado, desvertebrado en términos orteguianos, y vuelto a rehacer, ya distinto, flojo, sin nervio, sin fe en su destino, sin conocimiento de su pasado, sin consciencia de su vocación.
Eso es lo que nos ha dejado, ya lo podemos decir, la Constitución de 1978. Un pueblo desmantelado. Una excitación artificial de los negocios y de las obras públicas, una cultura del enriquecimiento económico, una expulsión de Dios de la vida Publica y privada, un vaciamiento de las consciencias, unas primeras generaciones que desconocen, como en la Rusia soviética los conceptos de culpa, de pecado, de libertad. No se donde lo he leído, o si es convicción propia, pero sin concepto de culpa, de daño, de pecado, no puede haber libertad ni orden social.
- Filosofías, dirán ustedes! No necesitamos filosofías sino liquidez bancaria y reforma tributaria.
- Quizás! No digo que no. Sólo objeto: Es un error pensar que lo económico se sobrepone a todo lo demás, es materialismo; segundo, lo importante no es tener dinero sino saber qué hacer o no hacer con él. El espíritu es superior a la materia.
- Paparruchas, me contesta el lector compulsivo de prensa. Fíjese usted en la editorial de aquí, y en esta columna, y en aquel reportaje. Lo ve? Hasta el nacionalismo es puro negocio. Con dinero se resolverá todo.
- Repito de nuevo. Quizás. No quiero dogmatizar. Sólo sé que los pobres nunca han hecho una revolución.
Pueblo desmantelado. ¿Quién lo reconstruirá?



En Tierra Santa II



El mar de Galilea (Kinneret o Genesaret)

Dado que el avión toma tierra en el aeropuerto Ben Gurion de Tel-Aviv cuando ya ha anochecido, el viaje en autobús hasta Tiberíades no permite apreciar cabalmente dónde está uno realmente.

Fue la primera mañana, al abrir las cortinas de la habitación y contemplar tras unas palmeras el mar de Galilea -también llamado lago Tiberíades o lago de Genesaret-  cuando se produjo el primer desbordamiento emotivo. Porque es el mismo en el que Nuestro Señor caminó sobre sus aguas, el mismo en el que pescaban profesionalmente algunos de los Doce antes de ser llamados al apostolado, algo que siguieron aun después, tras la Resurrección.

El lago, que tiene 21 kms. de largo y hasta 11 kms. de ancho está a 210 metros bajo el nivel del mar, y es alimentado básicamente por el río Jordán. Suele estar tranquilo, pero también sufre en ocasiones violentas tempestades, provocadas por los vientos fríos del norte, provenientes del monte Hermón.

El primer día de peregrinación propiamente dicho fue dedicado a visitar los lugares que se encuentran en las orillas de este gran lago, que tanto evocan la figura de nuestro Salvador, pues aquí transcurrió gran parte de su vida pública, aquí vivió y aquí despertó la vocación apostólica de gran parte de sus Discípulos. 

Uno no se cansa de mirar a todas partes, sabiendo que el paisaje que uno contempla, los horizontes, las montañas, las riberas, las rocas, y casi también los caminos, la vegetación, los cultivos… son idénticos a los que contemplaba a diario Jesucristo.

También nos ilusionaba pensar que el agobiante calor que hace en estos días del final del verano también lo padecía Él, y estamos seguros que sabía defenderse del mismo mucho mejor que nosotros. El contraste entre el aire acondicionado del autobús y el calor húmedo del exterior es a veces brutal, y creo que es la causa de que nos pareciera realmente agresivo y difícil de sobrellevar.

En ese primer día comenzamos visitando la Iglesia de las Bienaventuranzas, delicioso lugar, rodeado de hermosos y bien cuidados jardines.

Está enclavado en el lugar en el que Jesús pronunció el Sermón de la Montaña, en el cual interpretó auténticamente los Mandamientos mosaicos,  por lo que “debe quedar claro que el «Sermón de la Montaña» es la nueva Torá que Jesús trae”. Son palabras de Benedicto XVI, en el primero de sus dos libros sobre Jesucristo, titulado “Jesús de Nazaret, desde el Bautismo a la Transfiguración”. Este entrañable lugar es descrito por el Santo padre de una manera que expresa perfectamente lo que siente el peregrino: “quien ha estado allí y tiene grabada en el espíritu la amplia vista sobre el agua del lago, el cielo y el sol, los árboles y los prados, las flores y el canto de los pájaros, no puede olvidar la maravillosa atmósfera de paz, de belleza de la creación, que encuentra en una tierra por desgracia tan atormentada”

Esa belleza y esa paz entroncan perfectamente con la vida del cristiano, que a partir de Jesucristo y sus Bienaventuranzas, está llena de esa “misteriosa alegría del Discípulo que sigue plenamente al Señor” a pesar del sufrimiento y de los reveses de la vida.


Tras visitar esa Iglesia, ese remanso de paz y belleza nos dirigimos a la Iglesia del Primado de Pedro, en donde íbamos a celebrar la Santa Misa. El lugar está en la misma orilla del lago, y se trata de una Iglesia construida en 1933 sobre la llamada “mensa Christi”, la mesa del Señor, que es aquella sobre la que Jesús preparó una comida a los Discípulos que venían de pescar, infructuosamente, durante toda la noche.

La Iglesia del Primado de Pedro

El altar circular al aire libre

La misa fue al aire libre, sobre un sencillo altar circular, situándose el pueblo alrededor del mismo en un pequeño anfiteatro, que permite divisar la perspectiva del lago. Sencilla, recogida y piadosa, la ceremonia estuvo cargada de emoción. Sobre todo porque el Evangelio leído fue precisamente el que recoge la escena que tuvo lugar allí mismo, que a mi tanto me emociona, y que es Juan 21, 1-14:

Después de esto, Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos. Simón Pedro les dijo: «Voy a pescar». Ellos le respondieron: «Vamos también nosotros». Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.

Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: «Muchachos, ¿tienen algo para comer?». Ellos respondieron: «No». Él les dijo: «Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán». Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla. El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: «¡Es el Señor!». Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua. Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.

Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan. Jesús les dijo: «Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar». Simón Pedro subió a al barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió. Jesús les dijo: «Vengan a comer».

¡Cuanta emoción sentimos todos al celebrar aquella Eucaristía contemplando el mismo lugar en la que el Discípulo amado reconoció al Maestro y le dijo al apóstol Pedro “es el Señor”…! Me lo imagino en la barca, a unos cien metros, emocionado totalmente de ver al Señor resucitado y dándole un codazo a Pedro, que no duda en arrojarse directamente a agua e ir nadando al encuentro de su querido Dios y Señor.

A continuación tuvo lugar el diálogo en la que Jesús le hace declarar tres veces a Pedro su amor por Él y le confirma el primado de la Iglesia, que recaerá sobre sus hombros. Pero eso será objeto de otro post, en el también contaremos le visita a Cafarnaún (seguiremos pues con Pedro) y la comida, en la que tuvimos ocasión de probar el “pez de Pedro”, uno de aquellos 153.

Imágenes: http://opusdeidesdedentro.blogspot.com.es, http://unsacerdoteentierrasanta.blogspot.com.es, http://es.gloria.tv

martes, 11 de septiembre de 2012

En Tierra Santa I

La primera semana de este mes de septiembre de 2012 hemos tenido la inmensa dicha de peregrinar a los Santos Lugares. En este post, y espero que en alguno más, intentaré transmitir de alguna manera la grandeza de lo que se puede vivir allí. 





El Santo Sepulcro

En el denominado Libro Azul, "Tierra Santa, Tierra de Jesús"proyectado y realizado por Santiago López Nájera, que la empresa organizadora de la peregrinación a Tierra Santa entrega a todos los peregrinos, puede leerse:

Este lugar encierra una fuerza y una sugestión tan grande que concita las emociones más íntimas y profundas del peregrino; nadie puede permanecer impasible cuando está en él. Y ello a pesar de la ubicación de la Basílica, en medio de una aglomeración de casas apiñadas, intrincadas callejuelas, abigarrados comercios, ruidoso y desordenado tránsito…

Al entrar en ella, la impresión es todavía más contradictoria; confusión entre los distintos grupos religiosos que comparten el templo, con sus particulares liturgias y sus diferentes gustos artísticos, evidenciados en la complicada y a veces exagerada ornamentación.

El peregrino debe hacer un esfuerzo de concentración para abstraerse del ambiente externo, a veces chocante y estridente, y concentrarse en sí mismo para comprender el mensaje de Cristo”.


Pocas veces he encontrado una descripción más precisa para describir a lo que uno va a sentir al visitar un lugar sagrado.

En efecto. El sábado es un día que se considera apropiado para la visita a la Ciudad Vieja de Jerusalén y en particular a la Basílica del Santo Sepulcro, ya que desde la aparición en el firmamento de la primera estrella en la tarde del viernes, hasta las ocho de la tarde del sábado, se celebra el Sabbat judío, por lo que se espera que haya menos gente en las calles. Pero, lamentablemente, el enorme número de peregrinos de todas las nacionalidades que abarrotan las calles y que acuden en auténticas hordas a visitar el Santo Sepulcro, precisamente en la mañana del sábado, hacen que la visita no sea en absoluto agradable, y resulte muy difícil alcanzar esa imprescindible concentración de la que habla la guía que se acaba de citar.

Previamente, nuestro grupo había hecho el Vía Crucis por la denominada Vía Dolorosa, cumpliendo hasta la novena estación por las calles del Jerusalén Viejo y dejando las cinco últimas para rezarlas en una de las entradas al Sacro recinto, en concreto la que da acceso a la capilla regentada por la Iglesia Copta Etíope, -muy pobre y entrañable, e impregnada de un olor indefinible- ya que aunque realmente se encuentran situadas en el interior de la Basílica, materialmente resulta imposible rezarlas allí. 

Es una experiencia muy particular y conmovedora rezar en las calles, en medio del abigarrado tránsito y precedido y seguido de otros muchos grupos de peregrinos que hacen exactamente lo mismo. Los sentimientos se amontonan, pues un simple ejercicio de imaginación permite darse cuenta de que las calles que recorrió Nuestro Señor no serían muy diferentes de estas por las que discurrimos nosotros, como tampoco lo serían los olores, los sonidos, y el ambiente de entonces a los de ahora.


Finalizado el Vía Crucis, llenos de emoción, y tras hacernos la “foto oficial” de nuestro grupo de peregrinos, accedimos al interior de la Basílica a través de Atrio, patio del siglo XII, y en concreto de la única puerta habilitada de las dos existentes, ya que la otra fue cerrada por Saladino.

Lo primero que encontramos fue la “Piedra de la Unción”, sobre la que fue embalsamado el cuerpo muerto de Nuestro Redentor[1]. Los fieles se postran y la besan en gran número, el olor a rosas que desprende es intensísimo, y la emoción que se siente al inclinarse sobre ella y besarla es enorme.

Pero a partir de ahí la visita mañanera me defraudó, pues los centenares de peregrinos que circulaban por todas partes parecían en muchos casos no tener otro interés que el de hacer fotos, muchas fotos, cuantas más mejor. Al acercarme al “Calvario”, la parte superior en la que se puede apreciar la roca virgen del monte Calvario, donde tuvo lugar la Crucifixión, observé a un sujeto que, agachado bajo al altar que cubre el lugar donde estuvo la Cruz giraba su cara y sonreía a la persona que le estaba fotografiando. Me pareció una falta de respeto tal que despreciaba la inmarcesible trascendencia del lugar en el que estábamos, por lo que ya no quise ni pasar a besar la roca ni tan siquiera visitar la Edícula del Santo Sepulcro[2].

Pero mi corazón, y el de mi mujer, estaba muy conmovido y en absoluto parecía conformarse. Algo en ese templo me estaba llamando con gritos imperiosos, por lo que por la tarde, a eso de las cinco y media, decidimos volver. El guía nos informó de que por la tarde ya no habría grupos de peregrinos de los tour-operadores, por lo que era posible que nos fuera más fácil y productiva la visita.

Y en efecto así fue: a las seis de la tarde, cerradas las puertas, (nosotros, afortunadamente, ya estábamos dentro) se celebraban los cultos Litúrgicos de adoración de los Católicos (Franciscanos) y de los Ortodoxos Griegos. Se trata de procesiones que transcurren por el interior del templo, con la máxima solemnidad. Y cuando la liturgia es solemne, tradicional y dirigida, de principio a fin, al Culto divino, es capaz de conmover hasta los cimientos a cualquier persona, más aun si ésta es creyente y mínimamente sensible.

Y eso nos ocurrió a nosotros. Los escasos peregrinos (sobre todo en comparación con la masiva afluencia de la mañana), la escasez de luz, la solemnísima estridencia del órgano, el fuerte olor a incienso, el canto gregoriano latino, las candelas iluminando el rostro de cada monje, la sencilla elegancia de los hábitos, el canto litúrgico ortodoxo, tan profundo y distinto a lo que estamos acostumbrados a escuchar, la concentración, el respeto y el amor al culto perfecto son factores que, conjugados con la consideración del lugar en el que nos hallábamos, el mismo en el que Jesucristo fue crucificado, muerto y sepultado, y el mismo en el que resucitó de entre los muertos (pues ahora, ya casi sin gente, pudimos adorar el Calvario y el Sepulcro), constituyen una experiencia de fe y emoción que muy difícilmente puede vivirse en otro lugar.

Pocas veces he sentido algo tan profundo y conmovedor, quizá nunca antes. Sólo esos momentos, tan intensos, justifican con creces cualquiera de los esfuerzos que hemos hecho para poder peregrinar a Tierra Santa.




[1] En el Evangelio de Juan se nos dice que Nicodemo llevó una mixtura de mirra y áloe, “unas cien libras” y prosigue “Tomaron el cuerpo de Jesús y lo vendaron todo, con los aromas, según se acostumbra a enterrar entre los judíos” (Jn, 19,39s)

[2] El problema que aquí, con esta anécdota, se apunta es mucho más complejo y trascendente, y corresponde a lo que José María Iraburu llama “analfabetismo del lenguaje simbólico”, ya que “lo sagrado implica un lenguaje simbólico, no-verbal, hoy casi ignorado por el hombre occidental moderno, desarraigado voluntariamente de sus tradiciones, decididamente analfabeto para este lenguaje”. Es una cuestión de gran calado, ya que, continúa, “La pérdida o atenuación del sentido de lo sagrado es, sin duda, una enfermedad espiritual grave, que tiene importantes consecuencias en la vida espiritual cristiana. No conviene, pues, ignorarla o aceptarla pasivamente, como si fuera irremediable -una presunta exigencia de nuestro tiempo-. El sentido de lo sagrado, y en general, la sensibilidad simbólica, es un valor propio de la naturaleza humana”. Iraburu, José María. Sacralidad y Secularización. Fundación GRATIS DATE. Pamplona, 2005. P. 13



domingo, 2 de septiembre de 2012

¡A Tierra Santa!

Mañana a primera hora un autobús nos recogerá en la puerta de nuestra Parroquia para, tras celebrar allí una Misa de Acción de Gracias, conducirnos al Aeropuerto de Barcelona. Allí tomaremos un avión de EL AL (que, no lo olvidemos, y tal como reza su slogan, it's not just an airline, it's Israel!) que nos conducirá al Aeropuerto Ben Gurión de Tel-Aviv.

Comenzaremos una intensa semana de peregrinación, en la que seguiremos los pasos de Nuestro Señor, pisando por donde Él pisó, respirando el aire que Él respiró, contemplando las montañas y los paisajes que Él contempló y disfrutando del inmenso privilegio de vivir durante unos días en los mismos lugares en los que el Dios Vivo, hecho hombre como nosotros, estuvo física, real y verdaderamente presente.

Porque, como nos dice Francisco Varo, en su libro Rabí Jesús de Nazaret, "para quien ha leído el Evangelio, cada paseo por los caminos de Judea, Samaría o Galilea suscita evocaciones imperecederas".

La parte central y que más evocadora resultará de todo el viaje serán los cuatro días que pasaremos en Jerusalén, la ciudad que Tito, el hijo del emperador romano Vespasiano, vio por primera vez desde el monte Scopus en el mes de julio del año 70 d.C., minutos antes de ordenar su completa destrucción y que, en palabras de un escritor descreído como Simón Sebag Montefiori (su libro Jerusalén, la biografía es, a la vez, un aluvión de datos históricos y un cúmulo de disparates pseudo-teológicos), "se ha convertido en el lugar esencial de la tierra donde se establece la comunicación entre Dios y el hombre".

La emoción se dispara tan sólo con pensar que vamos a estar físicamente presente en los mismos lugares en los que tuvo lugar la Pascua del año 30 d.C., el momento decisivo en la redención del género humano. Sin olvidar otra multitud de lugares que evocan entrañables momentos. Quiero destacar sólo uno, el Pozo de Jacob. Este pozo, que está próximo a Siquem (la Sicar del Evangelio), el único que existe en la región, se ha utilizado desde la Edad del Hierro y se sigue utilizando en nuestros días. Allí tuvo lugar una de las escenas más esclarecedoras de los Evangelios, en la que Jesús declara sin ambages que Él es el Mesías, el Cristo que había de venir (Jn, 4-26). Durante el diálogo, delicado, amoroso y profundísimo, con la Samaritana pronuncia Nuestro Señor una frase que cada vez que leo o escucho me produce sensación de eternidad, y es cuando le dice a la mujer "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber..." (Jn, 4-10).

Quiera Dios que este viaje nos permita llegar más cerca de la Verdad y la virtud, y nos alcance la dicha de conocer el grandioso don de reconocernos hijos suyos.

Un año en la División Azul.

Transcribo a continuación el artículo que publiqué recientemente en el número 743, junio 2021, de la revista mensual BlauDivisión, Boletín d...