Monumento al no nacido en Eslovaquia
Quizá haya
llegado el momento en que se pueda cometer cualquier tipo de maldad y de
crueldad para que la gente se harte y le dé la espalda, aterrorizada y
asqueada, al malvado.
Máximo
Gorki. Karamora
En los últimos días ha cambiado
enormemente la situación respecto a uno de los temas -la defensa de la vida-
que más trascendentes resultan en nuestros días en el occidente “civilizado”, y
en el que contienden los dos grandes bandos de la principal batalla cultural que
se libra hoy en el mundo: a saber, por un lado, el bando de quienes desconocen
o han olvidado la verdad del hombre, por desconfiar de su propia razón, y se
han abandonado de ese modo a la dictadura del relativismo, de la mentalidad
materialista imperante, y por el otro el de quienes aún confiamos en la razón y
creemos en que el hombre hace manifiesta con su existencia en el mundo una
verdad universal, el humanismo.
¿Qué es ese humanismo? En palabras de
Sándor Márai -magnífico escritor húngaro, ateo y desesperanzado- el humanismo es “una medida
humana, la constatación de que el ser humano es la medida de todas las cosas,
de que el ser humano es el sentido último de la evolución, el desarrollo y el
progreso”.
Creer en el hombre supone confiar en la
razón, y en la posibilidad de alcanzar el conocimiento de la verdad. Y con
ello, creer firmemente que existe el bien y que existe el mal, que el hombre
–ser moral- en su libre albedrío puede llevar a cabo acciones buenas o malas.
Y, por tanto, puede plantearse objetivos, metas, y en función de ellas
organizar su vida.
Este concepto del ser humano, que a mi
me resulta tan evidente, es sin embargo sistemáticamente negado hoy en día.
Incluso los planes educativos proponen “nuevos modelos que defienden una moral
pluralista y unos objetivos amoldables a las cambiantes circunstancias
exteriores”, en palabras de Rosario Encinas. La ONU –sigue diciendo esta
profesora de la Universidad de Extremadura- “propicia este relativismo que,
bajo tintes humanitarios, lleva aparejado el genocidio de los más débiles”.
Acabamos de ver como el partido en el
gobierno ha renunciado a cumplir su programa electoral, negándose a derogar –ni
tan siquiera a reformar- la ley “Aído”, que establece que la sola voluntad de
la gestante, sin alegación de causa, es suficiente para que se pueda acabar con
la vida del nasciturus, hasta el punto de convertir la práctica del aborto
intencionado en un derecho subjetivo.
Este aparatoso abandono de todo lo que
parecía sostener la urdimbre ideológica del partido que ganó por mayoría
absoluta las elecciones de 2011 va a servir de acicate para que el movimiento
provida español siga defendiendo con más ahínco, con más valentía y con más
ilusión su hermosísima causa: dar voz a los que no la tienen, salir en defensa
del ser humano ya concebido mientras está en el que debe ser el lugar más
seguro y feliz del mundo, el seno materno. Dar voz a las mujeres que, solas y
asustadas ante un embarazo inesperado, se ven avocadas a abortar a su hijo,
siendo objeto muchas veces de violencias de todo tipo. Dar voz y prestarles ayuda
de todo orden.
La causa de la vida es la más
maravillosa en la que podemos estar embarcados. Dedicar una parte de nuestro
tiempo a ello es causa de felicidad y orgullo, pues hay pocas causas más
nobles. Y no olvidemos que nosotros ya estábamos aquí antes de que llegara este
gobierno y seguiremos estando cuando desaparezca. Nuestras ideas no cambian, se
fortalecen, y la ilusión por la causa aumenta en cada circunstancia adversa con
la que nos enfrentamos. Porque creemos que tenía razón Julián Marías, cuando
afirmaba en los años noventa que “la aceptación social del aborto es, sin
excepción, lo más grave que ha acontecido en este siglo que se va acercando a
su final”.
Imagen: alfonsomendiz.blogspot.com