A veces tengo ocasión de oír la radio de madrugada, cuando por diversos motivos me cuesta conciliar el sueño. Son programas que básicamente hacen los oyentes, que a través del teléfono cuentan historias, muchas veces conmovedoras. Hace pocos días escuché una de ellas, que estuvo a punto de hacerme levantar para escribir algo al respecto.
Un joven de 19 años, estudiante universitario, llamaba para compartir su inmensa soledad. Por su manera de expresarse podía uno adivinar que era de familia acomodada, de las que nunca han pasado penalidades materiales.
Contaba la amarga relación de sus padres, que acabó cuando, tras una fuerte discusión nocturna su padre salió corriendo de casa, cogió el coche y se mató en accidente de circulación, al estrellarse contra un árbol. Este desgraciado accidente ocurrió hacía dos años, cuando nuestro joven tenía 17. Su madre se suicidó apenas un mes después ("mi padre la había ido matando poco a poco"), y su hermano mayor, que tenía cuatro años más que él, también acabó suicidándose un año después que su madre.
El joven contaba su tristísima historia entre sollozos constantes, y afirmaba: "no he sido feliz ni un sólo día de mi existencia", jamás había sentido el cariño de su padre, jamás le dio un beso, ni lo estrechó entre sus brazos.
Se sentía amargamente solo, profunda y radicalmente solo, y esa soledad le destrozaba las entrañas, y lloraba y lloraba sin que la locutora del programa acertara a decir algo que lo consolara un poco.
Este testimonio permite asomarse a un abismo de infelicidad, provocado por la ausencia de la familia. Se trataba de una familia fracasada, en la que todos los lazos de afectividad, de unión, de solidaridad se habían roto o no habían existido nunca.
Escuchar esta historia radicalmente triste, de soledad, maltrato y abandono, de una familia rota, de ausencia de amor, me conmovió profundamente.
Y es una historia tristemente frecuente.
Señala Benigno Blanco que "No es posible una sociedad, una
civilización, una nación, hecha de individuos aislados. Por eso, la existencia de
familias fuertes es garantía de posibilidad de sociedades fuertes y, por contra, la destrucción y el fracaso
masivo de las familias es garantía del fracaso de las sociedades y
civilizaciones"
En este caso, no hubo familia, no hubo esa comunidad de amor y solidaridad, que acoge a cada uno por lo que es, y no por lo que tiene o vale.
Por eso, "defender a la familia es defender a la humanidad, literalmente".